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viernes, 8 de mayo de 2015

SALIENDO DE MI.






Sentada y con los ojos cerrados, me escuché orando, y mi oración no era una plegaria, sino una larga lista de mis pecados, mis faltas repetitivas, mis oraciones descuidadas, mis, mí, mío: Yo.  Y al mismo tiempo, a mi mente llegaban, como ráfagas, todos los pendientes habidos y por haber, desde el menú del día siguiente, la llamada olvidada y el pago por hacer
¿No que orar era hablar con Dios? ¿No que orar es adorarle a Él? ¿Buscarle a Él?
 El versículo de Isaías vino a mí de una manera muy dolorosa pero contundente, como es El.

“Dijo entonces el Señor: Por cuanto este pueblo se me acerca con sus palabras y me honra con sus labios, pero aleja de mí su corazón, y su veneración hacia mí es sólo una tradición aprendida de memoria “Isaías 29:13

Nos olvidamos de que siempre, siempre, no se trata de mí, sino del Señor. De contemplar Su palabra y hundirnos confiadas en Su amor. Sé que el tiempo de oración debería de ser el momento más íntimo y verdadero para contactar con mí Dios y Señor: para reconocer Su grandeza, Su poder, Su misericordia inexplicable y Su gracia que nos salva.  Pero sé también que mi corazón y mente divagan y se concentran en hablar más de mí, que dé El. Eso es lo que conseguimos en el Edén…  Concentrarnos en nosotras, y en lo que nos parece que es para nosotras. Y sé de muchas amigas y hermanas que han tenido episodios – o temporadas – donde han visto que su vida de oración es más un ritual que el privilegio de acercarse a ese trono de gracia que Jesús ganó para sus amados.   Y no estoy diciendo que  cuando oremos no le contemos al Señor lo que hay en nuestro corazón (aunque Él ya lo sabe) ni las penas que tenemos (que también ya sabe). Sino que es un momento donde, como en todo, hay que ir en orden. Y primero va El.
Quizá algunas lo admitan, quizá otras no. Pero sé que cuando Dios me muestra mi condición de pecado, también me recuerda Su gracia y su promesa de ayuda:

Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes... Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes.” Efesios 6:12-13

Tal vez cuando nos damos cuenta de nuestras fallas, sobre todo al momento de orar, podemos intimidarnos o simplemente quedarnos pensando en cuán gusanas (¿se vale el término?) somos. Eso es justamente lo que desea el enemigo, y que no debemos consentir. No mordamos la carnada de la autocompasión y condenación.  Resistamos.  Pero... ¿CÓMO?

 “Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios;” Efesios 6:14-17

Dios me dice en Su palabra, que en Jesús, el Verbo encarnado, que es la Verdad, estoy firme. Su Palabra me sostiene. La fe que ha puesto en mí, y que con fidelidad aumenta, las promesas que enuncia en toda la Biblia, son la armadura, la protección de Dios para cuando las cosas se complican y mi vida espiritual puede languidecer.
Pero necesitamos ser constantes, ser diligentes al respecto

“orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos” Efesios 6:18.

La falta de oración se corrige de una manera muy sencilla: orando. Pero no en mis planes, sino orando en el ESPIRITU de Dios. A nosotros nos toca ser constantes, para clamar y agradece a Dios por todo y por todos. Pero es El Espíritu Santo el que nos ayudará a dirigirnos a Él, a alabarle a Él, a concentramos en El.  A deleitarnos en Su hermosa misericordia y a decir, como Miqueas

“¿Qué Dios como tú, que perdona la maldad, y olvida el pecado del remanente de su heredad? No retuvo para siempre su enojo, porque se DELEITA en misericordia.” Miqueas 7:18
Que Dios nos ayude, querida. Sé que lo hará.

C


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